Al lado de mi casa hay un campo con forma de solar vacío, si solo miras una parte es como un trocito de pradera silvestre… Pues bien, poco a poco y según va llegando la primavera cada día tiene mas flores rojas por todas partes, pequeños puntos de color que se mueven según dicta el aire de cada día, sin mas importancia y totalmente desapercibidas. Seguro que nadie las elegirá como motivo de una foto ni tan siquiera escribirá sobre ellas.
Montones de amapolas despuntan entre otras muchas flores y con su color rojo destacan en belleza sobre las demás, creo que las amapolas no tienen olor… Tal vez alguien puso ahí esas semillas por todas partes, tal vez algún pájaro o alguna mariposa hizo bien su trabajo y trajo esas flores de algún remoto lugar, tal vez nazcan de forma espontánea porque nadie se pregunta nunca que hacen ahí y cuando llegue la excavadora para plantar un edificio de nueve pisos nadie las recordara.
Es curiosa esta vida tantas veces, algo tan simple como un campo plagado de amapolas nos recuerda que no siempre tenemos que crear la belleza para encontrarla, que no todas las plagas deberían ser malignas y deberíamos redefinir la palabra plaga y que no fuera sinónimo de enfermedad… Esas amapolas que llenan de belleza sin ser demandadas me recordaron que yo también tengo una plaga y no necesito puntualizar ya que esta vez si es sinónimo de enfermedad, una plaga de VIH en mi cuerpo que yo tampoco demande… Pero como las amapolas me muevo al dictado de la vida y no permitiré que se acerque ninguna excavadora.